13 de diciembre de 2016

¿Compete a la ciencia demostrar la existencia divina?


Espiritualidad laica.
La sociedad y el ser humano han evolucionado más allá de las religiones y creencias. Por ello, y porque el ser humano es espiritual por naturaleza, se hace necesario el cultivo de una espiritualidad que tendremos que estructurar sin creencias, sin religiones, sin dioses ni sumisiones, como una indagación laica y libre. De naturaleza espirituales.
MARÍA JOSÉ FRÁPOLLI, catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Granada.
Nuestra naturaleza es ser espirituales. Nacemos a la especie contando ya con un depósito de tradición y de conocimientos compartidos, facilitado por el uso del lenguaje, que nos permite trascender las necesidades inmediatas. Somos cultura. Y a través de la pertenencia a una sociedad desarrollamos la conciencia del yo. El interés por dejar un legado en forma de obra científica o literaria o de descendencia biológica, además del sentimiento religioso, se explica en parte por la necesidad de trascendencia característica del reconocimiento de la propia individualidad.
En la dialéctica con las religiones, los laicos hemos cedido tanto terreno que ahora hablar de espiritualidad laica parece un oxímoron. No obstante, gran parte de nuestra actividad como seres humanos (los debates políticos e ideológicos, la solidaridad, el disfrute del arte o del deporte, el desarrollo de la ciencia o la creación artística) está basada en valores, creencias y expectativas que trascienden el mundo físico. El cerebro humano es un maravilloso producto de la evolución. Los humanos, así como la materia de la que estamos hechos y la actividad racional sostenida por ella, somos parte de un mundo natural con impresionantes logros espirituales. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el que uno de ellos, es espiritualidad laica en estado puro. Y sabemos además que nunca lo sabremos todo. Es una falacia el intento de suplir la ignorancia con hipótesis ad hoc. Ese procedimiento, si bien ofrece consuelo ante el terror que produce el misterio, no nos acerca un ápice a la comprensión de lo que somos.
Una trampa en la que caemos al hablar de espiritualidad es suponer que la ética está vacía si no se fundamenta en la creencia en un ser externo al individuo que dicta lo que es correcto. Sin embargo, la ética que emana de nuestra conciencia de seres autónomos representa un estadio superior en nuestro desarrollo como seres humanos. El imperativo kantiano condensa la esencia de la racionalidad madura, que exige la toma de decisiones y la asunción de sus consecuencias. Cuando colocamos fuera de nosotros (en los padres, en la Conferencia Episcopal o en Dios) la fuente de los valores, extendemos a toda la vida un comportamiento propio de la infancia. Nada ganamos echando mano del pensamiento mítico y cerrando los ojos a nuestra naturaleza como seres espirituales, responsables de nuestro destino individual y colectivo, y capaces de conservar el asombro inquisitivo ante una realidad complejísima que no necesita de la existencia de fantasmas. 
Mariano Corbí. Director del Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría (CETR)
Necesitamos con urgencia la cualidad humana, la espiritualidad de nuestros antepasados, cuanto más honda mejor, para gestionar sociedades de potentes ciencias y tecnologías, de lo contrario se podrían volver contra nosotros, contra las especies vivientes y contra el medio, como ya está ocurriendo. Durante miles de años la humanidad ha tenido formas de vida estables basadas en el cultivo, la artesanía y el comercio; los colectivos se coordinaban mediante la sumisión y la coerción. Había cambios, pero no en lo fundamental. Los sistemas de interpretar la realidad, valorarla, trabajar, organizarse y actuar fueron estables e intocables. Estamos hablando de las sociedades preindustriales estáticas, con variaciones en las formas pero con estructuras colectivas profundas idénticas. Estos sistemas culturales bloqueaban los cambios que tuvieran repercusiones serias en los sistemas de valores colectivos.
Durante esa larga etapa, la espiritualidad tuvo que cultivarse en moldes estáticos, de sumisión y sin excluir la coerción. En esa etapa las religiones fueron a la vez proyecto de vida colectivo y medio para cultivar lo que nuestros antepasados llamaron espiritualidad, en una antropología de cuerpo y espíritu, y que nosotros sin esa antropología tendríamos que llamar cualidad humana. En sociedades estáticas las creencias intocables fueron el medio de fijar los modos de vida y bloquear los cambios que pudieran poner en riesgo el modo de vida colectivo. El papel de la religión fue central en todas las culturas preindustriales.
La industrialización, donde se impuso, fue creciendo y arrinconando los modos de vida preindustriales. Ese crecimiento creó dificultades a las religiones. A finales del siglo XX e inicios del XXI las formas de vida preindustrial, que excluían los cambios, son ya residuales o casi desaparecidas en Occidente. Hemos entrado en un nuevo sistema industrial que vive y prospera de la innovación continua de ciencias y tecnologías en interacción mutua y, a través de ellas, de la innovación constante de productos y servicios. Se vive un cambio acelerado que afecta a todas nuestras formas culturales individual y colectivamente. Este nuevo tipo de sociedades ha producido una gran ruptura con el pasado: nuestros antepasados vivían bloqueando el cambio, nosotros del cambio constante. Usando una imagen informática: nuestros mayores se programaron para bloquear el cambio, ese fue el papel de las creencias intocables, nosotros para cambiar.
Los cambios afectan a todos los niveles de nuestra vida: el crecimiento acelerado de las ciencias cambia constantemente la interpretación de la realidad, las tecnologías cambian continuamente nuestras formas de incidir en ella, nuestras formas de trabajar, de organizarnos y, como consecuencia, nuestras formas de sentir y actuar. Todo cambia continuamente. Las creencias religiosas y las laicas, deben ser excluidas porque fijan. Si se han de excluir las creencias, no son posibles las religiones como se vivieron en el pasado. Por la dinámica imparable e inevitable de nuestros sistemas colectivos de sobrevivir nos vemos necesitados a no tener creencias ni religiones.
Los proyectos de vida individual y colectiva que las religiones nos proporcionaban en el pasado resultan inadecuados e inviables. Hoy los proyectos de vida colectivos, en continua transformación, los construimos nosotros mismos a nuestro propio riesgo y apoyados en nuestra cualidad. El cultivo de la espiritualidad, de la cualidad humana que fomentaban las religiones, tendremos que estructurarlo y motivarlo sin creencias, sin religiones ni sumisiones, como una indagación laica y libre individual y colectiva, pero heredando toda la sabiduría que durante milenios acumularon las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad. En una sociedad globalizada, todas las religiones y tradiciones espirituales ya son nuestras.
Las generaciones menores de 45 años ya están, en su gran mayoría, sin creencias, sin religiones y, lo que es más grave, sin posibilidad de heredar y cultivar la gran sabiduría que nos legaron nuestros antepasados. Empeñarse, como se está haciendo, en que cultiven la cualidad humana a través de creencias, religiones y sumisiones es una tarea imposible. Si no queremos que las nuevas generaciones y la humanidad de las nuevas sociedades globales gestionen nuestros aparatos tecnocientíficos en constante y acelerado crecimiento sin cualidad humana, habrá que habilitar procedimientos para cultivar una cualidad humana, una espiritualidad, laica, sin creencias, sin religiones y sin dioses, a la manera que los entendieron nuestros mayores. Este es un desafío que no permite aplazamientos. Hay que aprender a heredar el pasado sin tener que vivir como ellos; sería necedad querer partir de cero. Una sociedad de conocimiento, sin cualidad humana es una grave amenaza para el planeta. 
Dice Hawking "Sobre el origen del universo", el universo se creó de la nada. Es una creación espontánea, que se explica por la propia existencia de la gravedad. La imperfección está en el origen del universo
Dice Mukhanov "sobre la teoría del todo, se pretende explicar el origen del universo sin necesidad de un ser superior". Einstein también lo buscaba, nadie la ha encontrado, deberíamos ser un poco más modestos.
En términos de teoría física, las fluctuaciones cuánticas abren también la puerta a argumentar como el universo surgió "de la nada". Antes del Big Bang no había ni espacio ni tiempo, menos aún materia. Hawking se refiere a ello como una minúscula y ultracaliente niebla de energía, y su existencia dice, se puede explicar como un fenómeno cuántico (enunciable en términos de física aunque ni siquiera imaginable para un profano en la materia). De momento Hawking y Mukhanov han demostrado así la creación de las galaxias de nuestro universo. Pero explicar la creación de todo, es decir del origen mismo de la niebla de energía anterior al big bang o de otros universos, si los hubiera, no parece que se pueda demostrar experimentalmente. Mukhanov prefiere no considerarlo asunto científico y pide humildad a los científicos. Hawking, en cambio, afirma que "Dios ya no es necesario". El mundo fue creado de la nada absoluta.

En 1892, se recoge en la autobiografía del Dr. Louis Pasteur, quien afirmaba que "un poco de ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima a Él". Se podría afirmar que nuestro protagonista hizo suyo aquel refrán que reza: "El mayor placer de una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente".
Datos extraídos de la entrevista publicada en XL Semanal el 12 al 18 de Junio de 2016; -Ana Tagarro-.
¿Compete a la ciencia demostrar la existencia divina?
Fe y razón. Los científicos están divididos, y mientras unos se reconocen creyentes, otros piensan que Dios es incompatible con la ciencia. Los dichos del físico Stephen W. Hawking sobre Dios, avivaron la polémica. MÓNICA SALOMONE | EL PAÍS DE MADRID
Para muchos, los intentos por trazar una frontera clara entre la ciencia y la religión estaban superados porque la comunidad científica no se ocupaba de eventuales conflictos entre ambos. Pero entonces llega el físico Stephen W. Hawking, escribe que no hace falta Dios para explicar el Universo y se produce una tormenta mediática. ¿No se consideraba este tema una prueba superada? .No.
Antes de decidirse a hacer el primer trasplante de órganos entre humanos, en 1954, el cirujano Joseph E. Murray, Nobel de Medicina en 1990, consultó a varios líderes religiosos: "Parecía lo natural", ha dicho Murray. Es sólo uno de los múltiples ejemplos del vínculo entre religión y ciencia. Un nexo tan vigente aún hoy como encendidos han sido los debates sobre la investigación con células madre o la enseñanza de la teoría de la evolución.
Para muchos, se trata de asuntos donde no se mezclan la ciencia y la religión porque la primera utiliza un método en teoría blindado a las propias creencias y porque va a lo que va, sin dejarse influir por la segunda. La repercusión que ha tenido el libro "El gran designio" de Stephen Hawking, sin embargo, hace pensar que la muralla entre Dios y la ciencia es permeable.
La comunidad científica no es un reducto social libre de religión. Tampoco hay algo así como una postura científica oficial respecto a la cuestión religiosa. En 1997, un artículo en la revista Nature recogía los resultados de una encuesta sobre creencias religiosas de científicos: el 40% de los biólogos, físicos y matemáticos consultados dijo creer en un dios al que uno reza "a la espera de recibir respuesta". El trabajo, de Edward J. Larson (Universidad de Georgia), reproducía otra encuesta similar de 1914, que daba cifras muy parecidas. No todo el mundo acepta estos resultados, pero tampoco hay, o no se citan, estudios más recientes del tema en publicaciones de renombre.
Lo que sí hay ahora son científicos de prestigio que no sólo se declaran creyentes, sino que consideran que hacerlo es casi un acto de rebeldía ante lo políticamente correcto en ciencia (ser ateo). Para otros, en cambio, ser un investigador de primera fila es simplemente incompatible con creer en Dios. También es animada la siguiente cuestión: ¿tiene la ciencia algo que decir sobre la necesidad de Dios para explicar el mundo? O esta otra: ¿hasta qué punto la religiosidad de una sociedad influye en las conclusiones a las que llegan sus científicos?
DE NUEVO EN ESCENA. "Dado que hay una ley como la gravedad, el Universo puede crearse de la nada y lo hace", escribe Hawking. "La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada (...). No es necesario invocar a Dios para que encienda la luz y eche a andar el Universo". En realidad, la postura de Hawking no es nueva. En el prólogo de la primera edición de su obra superventas "Breve historia del Universo", de 1988, el astrónomo Carl Sagan escribió: "Hawking está intentando, como él mismo afirma, entender la mente de Dios. Y esto hace que sea aún más inesperada la conclusión: un Universo sin frontera en el espacio, sin principio ni final en el tiempo, y en el que un creador no tiene nada que hacer".
La postura de Hawking tampoco es nueva en la ciencia. Lo recuerda el cosmólogo británico John Peacock, participante en un reciente congreso sobre cosmología: "Hace 200 años, el físico francés Laplace fue criticado por Napoleón por excluir a Dios de su explicación sobre cómo se formó el Sistema Solar; la famosa respuesta de Laplace fue: `No necesito esa hipótesis`. Hawking está aplicando la lógica de Laplace a todo el Universo, en lugar de sólo al Sistema Solar, pero la cuestión de fondo es la misma".
Ahora bien, Hawking no dice que Dios no exista. "Es fácil imaginar una prueba de la existencia de Dios", dice John Peacock. "Si mañana viéramos que las estrellas se han movido para escribir en el firmamento el mensaje de que Dios existe, para mí sería bastante convincente. Pero una prueba de la no existencia de Dios es mucho más difícil de imaginar".
Sea o no difícil demostrar que Dios no existe, ¿compete eso a los científicos? "La existencia de Dios queda fuera del ámbito de la ciencia", dice Josh Frieman, investigador implicado en las misiones espaciales que exploran la radiación de fondo del Universo -una energía que llena todo el cielo y cuya existencia prueba que el Universo que conocemos empezó a expandirse tras un Big Bang hace 13.700 millones de años. Por eso mismo, "las creencias de los cosmólogos no son relevantes para su trabajo como investigadores; muchos cosmólogos tienen intensas creencias religiosas, y muchos otros no".
Esa visión es compartida por Evencio Mediavilla, que investiga sobre galaxias en el Instituto de Astrofísica de Canarias: "A lo largo de la historia ha habido grandes pensadores y científicos creyentes y no creyentes. Parece que ahora en la comunidad científica hay una mayoría que se declararía indiferente o no creyente, pero no pienso que sea incompatible ser un buen científico y creer en Dios. Son asuntos separados".
DIOS Y EL BIG BANG. Ahora bien, que la ciencia no pueda o deba buscar a Dios no significa que no pueda o deba investigar qué ocurrió antes del Big Bang, por ejemplo. El único límite para la ciencia es el propio método científico; todo lo que pueda ser sometido a este método es territorio científico: "Lo importante es que la ciencia descansa sobre fundamentos que se pueden poner a prueba experimentalmente", dice Frieman. "Es legítimo que los cosmólogos analicen qué pasó en torno al tiempo del Big Bang. Hawking y otros han explorado teorías en las que el Universo se crea a partir de la nada; es una posibilidad difícil de poner a prueba, pero viable. Por desgracia, nuestro conocimiento hoy en día sigue siendo insuficiente para dar esta cuestión por cerrada".
Pero el debate no acaba aquí. Para algunos la necesidad de Dios emerge de la propia ciencia, y es lícito que ésta intente responder a cuestiones religiosas. "Hoy parece que hablar de Dios entre los científicos es una especie de herejía, pero lo cierto es que la cosmología siempre ha sido, y sigue siendo, una ciencia muy cercana a los límites, a las preguntas fundamentales que todos nos hacemos", comenta Eduardo Battaner, astrofísico de la Universidad de Granada y autor de obras de divulgación. "La postura que afirma que la ciencia no puede responder a si Dios existe no me parece sincera. De hecho, hoy se sigue discutiendo si la cosmología apoya una creación en el principio, o no. El Big Bang no demuestra ni refuta la existencia de Dios, pero es un debate interesante y pertinente; no estoy de acuerdo con eso de que la ciencia y la religión van por caminos distintos, lo considero una pose: la cabeza es una sola, y todo, Dios y la ciencia, pasan en la cabeza".
Battaner ve a Dios "como una especie de razonamiento que puede salir de la ciencia". "Tengo, desde luego, muchas dudas, pero me parece vislumbrar una necesidad racional de Dios. No un dios que castiga a los malos y recompensa a los buenos, sino un dios como una necesidad científica. Me convence el argumento de lo contingente: el Universo podría no existir, yo podría no existir... es decir, todos somos contingentes; debe de haber algo que no lo sea".
Francis Collins, director del Instituto Nacional de Investigación en el Genoma Humano estadounidense, cristiano declarado, tiene una opinión similar. "Este no debería ser un tema tabú, pero a menudo lo es en círculos científicos", ha declarado a The New York Times. Collins no cree adecuado mantener completamente separados el trabajo como científico y las creencias religiosas. Pero esto no implica que dude de hechos ya establecidos por la ciencia, como la evolución: "Pedir a alguien que rechace las evidencias a favor de la evolución para demostrar que realmente ama a Dios... ¡Qué elección más horrible!". En su opinión, Dios hace falta para comprender al ser humano; sin él "no entenderíamos por qué estamos aquí". "La ciencia no tiene poder para abordar estas preguntas. Y ¿no son, al fin y al cabo, las más importantes que nos hacemos?".
Es cierto, dicen los historiadores de la ciencia, que el trabajo del científico debió de nacer de la misma curiosidad que hizo germinar la religión. Pero en cierto momento la ciencia labró su propio camino. "En época de Newton no se podía pensar en cuestiones científicas sin, tarde o temprano, llegar a la cuestión de Dios", explica José Ferreirós, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Sevilla. "La cosa dejó de ser así en el siglo XIX, antes de Einstein. ¿Por qué cambió? Porque `Dios ha muerto` en la sociedad, como dijo Nietzsche. El desarrollo de la ciencia y de la filosofía moderna tuvo mucho que ver con esa muerte, pero también la Revolución Francesa, el fin del Antiguo Régimen". Según él, "el tema religioso es hoy más que nada un asunto privado".
No deja de ser curioso que la teoría del Big Bang la propusiera precisamente un sacerdote. En 1927, el belga Georges Lamaitre postuló que el Universo está en expansión y que, por tanto, debió de haber un comienzo. Lamaitre describió su teoría como "un huevo cósmico explotando en el momento de la creación". Pocos años después, el astrónomo Edwin Hubble observó que, efectivamente, las galaxias se alejan entre sí. Pero durante la mayor parte del siglo XX, y hasta que hace unas décadas las pruebas a favor del Big Bang empezaron a considerarse irrefutables, la idea de que hubo un tiempo cero fue muy discutida, entre otros por el prestigioso físico Fred Hoyle, precisamente el autor del término Big Bang, que defendía un Universo sin principio ni fin y que vinculaba el éxito del Big Bang precisamente a su buen encaje con la idea religiosa de creación.
OTRAS INTERFERENCIAS. En cualquier caso, no es la cosmología la única rama de la ciencia que roza la frontera con la religión. La vida y su origen son otro frente abierto. En una obra reciente el Nobel de Química Christian de Duve, "La vida en evolución: moléculas, mente y significado", explica cómo ha llegado a la conclusión personal de que "el diálogo entre ciencia y religión es imposible" y dice que la segunda rechaza los descubrimientos de la primera.
Quizás, sorprendentemente, la matemática es otra de las áreas donde el debate ciencia-religión es más activo. "Los matemáticos discrepan sobre si las matemáticas son un constructo humano o si se descubren porque ya estaban en la naturaleza (¿dadas por Dios?)", señala Manuel de León, director del Instituto de Ciencias Matemáticas. "Creo que las descubrimos aunque les demos una determinada forma que puede diferir de unos a otros, y las descubrimos porque son al final las leyes que rigen el Universo; esa física que Hawking aduce como causa de la creación del Universo se expresa en términos matemáticos". Y está la admiración ante la belleza, "esa sensación estética que a algunos les lleva a considerar las matemáticas como la verdad última", dice De León.
Y, cómo no, a la cuestión ciencia-religión no le falta un toque irónico: ¿Qué pasa cuando los científicos ocupan en la sociedad el papel de... sacerdotes? O sea: ¿Por qué lo que dice Hawking va a Misa? "La opinión de un científico acerca de este tema no tiene por qué ser a priori más interesante que la de cualquier otra persona", dice Evencio Mediavilla. "Sería infantil crear una iglesia de científicos no creyentes".
Investigación, hallazgos y trascendencia
"Cuando has tenido por primera vez delante de ti estos 3.1 billones de letras del `libro de instrucciones` que transmite todo tipo de información y todo tipo de misterios acerca de la humanidad, eres incapaz de contemplarlo página tras página sin sentirte sobrecogido. No puedo ayudar, sino admirar estas páginas y tener una vaga sensación de que eso me está proporcionando una visión de la mente de Dios". La cita perteneces a Francis Collins, el científico que lideró el equipo que descubrió el genoma humano.
A sus 56 años, Collins relató en su libro "El lenguaje de Dios" cómo se convirtió desde el ateísmo cuando tenía 27 y explica que hay bases racionales para reconocer a un creador, aunque afirma que la ciencia no debe usarse para refutar esto porque en realidad está confinada a su mundo "natural".
Con su libro editado en 2006, Collins se une a un grupo de científicos cuyos descubrimientos han contribuido a reafirmar su fe en Dios. Albert Einstein, que reformuló la física vigente desde Isaac Newton, escribió al respecto que "no hay duda de que la ciencia no refutará nunca la doctrina de un Dios personal que interviene en los acontecimientos naturales, donde esta doctrina siempre puede afianzarse en aquellos campos en los que aún no ha sido capaz de afianzarse el conocimiento científico".
Y el mismo Newton afirmaría cuatro siglos antes que "el sistema más bello sólo podría proceder del dominio de un ser inteligente y poderoso". El físico estadounidense Steven Weinberg, ganador en 1979 del Premio Nobel de Física, sostuvo que "con o sin religión, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal, pero para que la gente buena haga el mal, hace falta la religión".
csl.



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